Para las comunidades afronortecaucanas, la Finca Tradicional es mucho más que un lugar físico, es además un espacio social, cultural, emocional y político. Históricamente los habitantes de la región la han considerado un escenario vital para la reproducción y sostenimiento de vínculos sociales, prácticas culturales y saberes ancestrales.

Hoy están acorralados por el monocultivo de la caña de azúcar y la minería de arcilla, y asediados por la desterritorialización, la proletarización y la pérdida de autonomía y soberanía alimentaria, muchos pobladores se aferran a la Finca Tradicional como espacio y práctica de “re-existencia

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Desde este espacio los habitantes de la región construyen memoria, cuestionan y subvierten el presente y proponen alternativas de futuro.

La Finca Tradicional es un espacio de producción y a la vez de reivindicación y defensa de otros mundos posibles. Frente a la homogeneización productiva y al ordenamiento artificial del paisaje impuestos por el cultivo extensivo de la  caña de azúcar, estos espacios emergen como lugares de diversidad.

Plátano, cacao, yuca, plantas medicinales, cítricos y otros árboles frutales, crecen en aparente desorden pero siguiendo patrones tradicionales de disposición que usan estratégicamente la luz y la sombra.

Esa extensión de no más de tres cuadras,  es y ha sido un referente identitario, que se ha convertido en eje fundamental para recuperar algunas tradiciones olvidadas en las comunidades del norte del Cauca.

La Finca Tradicional es una forma de habitar y relacionarse con el territorio, un escenario para la reproducción de prácticas, oficios y vínculos tradicionales que ha jugado un papel central en la definición del sujeto afronortecaucano y en la construcción de su subjetividad.

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Testimonios

Tráiler ¨La Finca de Betsabé¨

Betsabé es una mujer de 97 años quien aún conserva su tierra, una finca tradicional en el norte del Cauca, Colombia. Ella cuenta la historia de su vida, que es la historia de los descendientes de africanos esclavizados. Ha visto la lucha por la libertad, por la tierra, por la dignidad, por la autonomía, por su identidad y por sus tradiciones.

Espacios y prácticas tradicionales que se niegan a desaparecer

Desde el aire se ven pequeños puntos desordenados y coloridos, que de tanto en tanto, interrumpen el verde homogéneo del cultivo de  la caña de azúcar, las fincas tradicionales de hoy son un tímido pero persistente rezago de lo que décadas atrás fue una vasta y vibrante formación social, los “indivisos”, amplias extensiones de tierras destinadas al trabajo colectivo.

La práctica del trabajo mancomunado, y con ésta las solidaridades y vínculos que de allí derivaban, quedó atrás.

La finca sin embargo persiste y sobrevive con el interés de pequeños propietarios que ven en ella un medio de subsistencia o una fuente de ingresos alternativa o al menos complementaria a la caña.

Perdura además en la labor de aquellos campesinos que, en busca de alternativas al monocultivo, a la agroindustria y a la minería de arcilla, apuestan por formas de producción ecológicas y sostenibles, herederas hasta cierto punto de prácticas y saberes tradicionales.

Subsiste igualmente en el esfuerzo de campesinos organizados que resisten, mediante la permanencia en el territorio y la reivindicación de formas ancestrales de relacionamiento con la tierra, a la colonización de su territorio y vidas por parte de la industria cañera.

La defensa de la autonomía y la soberanía

En la variedad yace para los afronortecaucanos la posibilidad de la autosubsistencia, o cuanto menos la opción de una menor dependencia de una economía donde prevalecen la proletarización y la informalidad. Sus productos aún permiten satisfacer muchas de las necesidades de quienes los trabajan: alimentos, medicinas, canastos y cuerdas, leña y materiales de construcción, entre otros más (Mina, 1975: 138), y en algunos casos aseguran incluso ingresos adicionales.

Por más que “vivir de la finca” sea más difícil ahora que décadas atrás, estas parcelas siguen representando espacios desde los cuales es posible reclamar cierta autonomía económica y laboral.

Son, asimismo, lugares para la construcción de pertenencias sobre el territorio, así como de afirmación de sentidos de soberanía sobre cómo alimentarse, cómo y qué sembrar y, especialmente, cómo y en qué términos vivir. Ante un presente y un futuro signados por el expansionismo cañero y sus formas de vida y trabajo, la finca tradicional sobrevive como un espacio desde el cual insistir en que otras vidas (unas “más propias”) pueden ser posibles.

El lugar de las identidades, los vínculos y las memorias

La finca es y ha sido un referente identitario fundamental para estas comunidades. Como unidad productiva, forma de habitar y relacionarse con el territorio, y escenario para la reproducción de prácticas, oficios y vínculos tradicionales, ésta ha jugado un papel central en la definición del sujeto afronortecaucano y en la construcción de su subjetividad.

Las apuestas actuales de los pobladores de la región en defensa de la finca tradicional son, en este sentido, esfuerzos por el reconocimiento y supervivencia de subjetividades individuales y colectivas en crisis. La avanzada de la caña, la industria y la minería de arcilla ponen en riesgo no solo el control y la soberanía de los habitantes sobre su territorio, sino también los sentidos mismos del “ser afronortecaucano” que han estructurado y dado sentido a la vida de la comunidad desde tiempos remotos.

La crisis de la finca marca, por tanto, la decadencia de formas y vínculos sociales que conformaban para los habitantes el horizonte de “lo socialmente aceptable”. Frente a estos arraigados referentes, los valores y cotidianidades emergentes, las nuevas formas de vida y trabajo, al igual que las formaciones familiares “no tradicionales” suelen ser leídas en clave de descomposición social.

La defensa de la finca, en este sentido, supone pues una apuesta por mantener y recomponer formas y nociones de sociedad en grave riesgo de desaparición.

Espacios de resistencias y “re-existencias”

La finca tradicional, sin embargo, no solo es un lugar desde el cual rememorar el pasado, significar el presente y construir interpretaciones sobre el cambio social.

Es, también, un escenario para cuestionar y desafiar el hoy e imaginar alternativas para el mañana, construidas no en función de proyectos externos hegemonizantes sino más bien en los términos mismos de los afronortecaucanos.

Muchos de quienes luchan por preservar la finca lo hacen con la conciencia de que desde allí es posible pensar futuros que involucren prácticas de producción, formas de cotidianidad, vínculos de solidaridad y relaciones con el territorio distintas a las impuestas por la agroindustria.

Desde la finca, pues, los afronortecaucanos resisten y “re-existen”. La resistencia está en la permanencia, en la apuesta por la autonomía económica, en la lucha contra la desterritorialización, y en las iniciativas individuales y colectivas para no sucumbir ante la avalancha de la caña y desafiar, al menos mínimamente, su hegemonía. La “re-existencia” está en el potencial creador de estos esfuerzos y estrategias: en sus llamados a asegurar una vida digna, en sus invitaciones a reclamar la soberanía sobre el territorio; en su invitación a reivindicar y construir proyectos de vida propios y autónomos. Yace en la esperanza de que otras vidas, otros mundos, pueden ser posibles. No se trata de una simple vuelta al pasado o una mera recuperación de lo perdido. Se trata, más bien, de construir opciones de futuro respetuosas y consecuentes con las formas de producción, los valores, los saberes, las solidaridades y las relaciones con la tierra y la naturaleza que definen y han definido la identidad afronortecaucana. Frente a un presente en el que cada vez se tiene menos control sobre la vida y el territorio, estas tácticas “re-existentes” permiten repensar el hoy e imaginar mañanas más propios.

Texto: Adrián Alzate – Investigador